Reyes magos I- Origen

La Biblia es uno de los libros más importantes del mundo patriarcal, en ella se explican historias fantásticas repletas de mitos y leyendas. Lamentablemente La Biblia ha sido tergiversada por el patriarcado para anular, o al menos desprestigiar, las historias protagonizadas por mujeres.

El nuevo testamento, según San Mateo nos habla de la visita de unos seres mágicos (los reyes magos) que vinieron a adorar a Jesús. La realidad fue tergiversada por las fuerzas patriarcales para ocultar lo que realmente pasó con María, José y Jesús.

Cuenta la leyenda que fueron tres los reyes magos: “Melchor, Gaspar y Baltasar”, mientras los dos primeros, Melchor y Gaspar, eran de piel blanca, la piel de Baltasar era oscura como el azabache, el contraste entre su piel y sus dientes blanquísimos hacían irresistible, frente a cualquier mujer, la sonrisa de Baltasar. Los rasgos de este rey sedujeron a la virgen que enseguida quedó prendada del porte sensual de aquel hombre.

Al llegar a casa de María y José, los tres reyes entraron y vieron al niño junto a su madre, la virgen María. Esta quedó prendada de Baltasar, de sus rasgos faciales y su piel oscura además de su porte masculino y sensual. Así que, María (muy consciente y segura de sus encantos femeninos) se dedicó a seducirle mientras daba de mamar a Jesús. Aquella imagen tan hermosa: una joven atractiva entregando su pecho a aquel recién nacido para amamantarlo, excitó a Baltasar que cayó rendido frente a aquella mujer joven, sólo 20 años, y hermosa. Fue el poderío femenino lo que más le excitó, en aquel momento hubiese caído de rodillas para besar sumisamente los pies de María.

Finalmente la mente del rey se concentró en guardar su reputación y no se arrodilló frente a aquella diosa, pero ello no impidió que cediera a sus encantos y acabara entregándose a ella con pasión. Después de dar de mamar al niño, María lo dejó dormido en su cuna al cuidado de Melchor y Gaspar, que velaron su sueño de recién nacido, mientras ella y Baltasar yacieron juntos en el tálamo, el sagrado lecho nupcial hasta entonces reservado a su esposo.

Al cabo de un rato llegó San José procedente de su carpintería, donde había pasado la mañana entera trabajando, y oyó gemidos placenteros en su lecho matrimonial. No estaba avisado de la llegada de aquellos tres reyes y, al entrar, se encontró a su esposa, la Virgen María, yaciendo con el rey Baltasar a quien no había visto nunca en su vida. Enfadado fue a buscar un palo para acabar con ellos a golpes, pero de repente el Espíritu Santo le hizo caer en un súbito sueño y, en forma de voz divina le envió un mensaje alto y claro:

“¿Qué vas a hacer José? Es voluntad divina que tu esposa, la madre de mi hijo, yazca con hombres de otras razas, costumbres y culturas, para fomentar la paz y las buenas relaciones entre pueblos y naciones. Acepta tu destino porque de lo contrario serás maldecido por el resto de tu eternidad. Ahora dejarás tu palo en el suelo, entrarás sonriendo en tu hogar y te presentarás amablemente al rey que yace con tu esposa. Seguidamente besarás a María tiernamente en la frente y te pondrás a disposición de ambos para servirles en lo que puedan necesitar.”

Y así fue como José aceptó su destino y entendió que su misión en la vida era cuidar a María y servirla en todos sus deseos y caprichos eróticos. Baltasar y María jamás ocultaron su deseo ni su apetito sexual.

Los reyes magos se quedaron viviendo con José y María tres meses, los cuales con su magia protegieron a la familia de todo tipo de males y calamidades.

En poco tiempo José acabó sintiéndose orgulloso de su esposa, una mujer libre, fuerte, poderosa y feliz que tenía garantizada la completa libertad sexual por mandato divino.

Durante todo este tiempo María y Baltasar yacieron juntos infinidad de veces mientras José lo aceptaba como parte de su destino. Cuando María y Baltasar gozaban del placer sexual, José, Melchor y Gaspar trabajaban, hacían las labores domésticas y cuidaban al niño Jesús, que vivía como algo normal que su madre disfrutara con aquel simpático hombre de piel oscura.

Finalmente los tres reyes magos decidieron regresar con sus camellos a oriente. Se despidieron de sus buenos amigos (María, José y Jesús) e iniciaron el camino de regreso a oriente, hacia sus reinos de origen, llevándose el recuerdo de aquella hermosa familia en el corazón y habiéndoles dejado, como regalo, oro, incienso, mirra… y un obsequio muy especial en el vientre de María por parte de Baltasar.

Los tres reyes, después de tres meses conviviendo con sus amigos, regresaron a oriente dejando como regalo: oro, incienso, mirra… y un obsequio muy especial en el vientre de María por parte de Baltasar.

Cuando María notó que estaba en estado de buena esperanza, decidió asegurarse la fidelidad de José y mandó a buscar un cinturón de castidad masculino para que él, su esposo devoto, sólo tuviera en mente a su hijo, Jesús, y a su nuevo retoño que en unos meses nacería. María era consciente de que la mente masculina suele distraerse con facilidad y una buena jaula de pene ayudaría a José a concentrar su mente en lo que era realmente importante: su esposa, Jesús y su futuro bebé. También le obligó, cada mañana al despertar y cada noche antes de acostarse a besar tiernamente su vientre que crecía más y más día tras día. De esta forma le inculcó el amor diario a su futuro retoño antes de que naciera.

A San José no le quedó más remedio que aceptar aquella jaula para su pene. Con el paso de los días se acostumbró a sentir su miembro enjaulado hasta el punto de sentir, aquel dispositivo, como si fuese su segunda piel. También aceptó besar el vientre de su esposa a la vez que decía frases y palabras bonitas y cariñosas a su futuro bebé.

Al cabo de los meses del vientre de María nació una niña de piel mestiza y ojos azabaches, fruto del amor entre Baltasar y la esposa de José, la virgen María, que estaba realmente feliz con su hija, decidió llamarla “Esperanza”. En Belén se iniciaron las habladurías y los chismes relacionados con la tonalidad de la piel de la recién nacida, chismes a los que San José respondía con indiferencia. Por otro lado María rebosaba alegría por todos lados, siempre estaba contenta y animada. Fue como si aquella recién nacida la hubiese llenado de amor y vitalidad. Era como si una energía divina se hubiera adueñado de ella, una energía que le hacía amar a su hija, a Jesús y a su esposo sin límites.

Seguramente por fruto de la envidia y la mala fe, cada vez más y más gente cuchicheaba y chismorreaba sobre San José, la virgen María y su hija Esperanza. Las habladurías iban creciendo más y más hasta el punto de empezar a notar miradas de odio hacia ellos.

Por otro lado María no podía dejar de pensar en Baltasar y en la relación sexualmente placentera que tuvo con él. La esposa de José, sobre todo cuando amamantaba a su hija, echaba de menos hacer el amor con más hombres negros. El rechazo de la gente de Belén, propio de una sociedad patriarcal, fue creciendo hasta el punto de que, en el mercado, algunos tenderos se negaban vender comida a María.

Un día María decidió proponerle a José la idea de marcharse de aquella ciudad para ir a instalarse 570 km al norte de Belén, concretamente en Palmira.

Palmira era un punto clave en la famosa “Ruta de la seda” pues era en Palmira donde la ruta procedente de oriente, se dividía en dos. En Palmira las caravanas de comerciantes aprovechaban para descansar, hacer un alto en el camino, en ocasiones de varios días, para decidir qué bifurcación tomar: si hacia Europa o hacia África oriental. También era un punto de tránsito obligado para las caravanas que partían en sentido contrario: de Europa, o de África, hacia el lejano oriente.

Caminos de la Ruta de la Seda, en azul y rojo, y la ciudad de Palmira, punto amarillo.

Por supuesto María no eligió Palmira por casualidad, sabía que las caravanas de comerciantes se componían de docenas de hombres, mayoritariamente jóvenes, originarios de prácticamente todos los confines del mundo conocido y que dichas caravanas acostumbraban a descansar varios días en esa ciudad. Así que insistió a su esposo sobre la idea de emigrar a Palmira (Siria) y dejar Belén (Palestina) atrás.

San José se negó en redondo, él había nacido en Belén, allí tenía su trabajo, sus clientes de la carpintería, sus amistades y relaciones. María le pidió que confiase en ella, que pese a ser veinticinco años más joven que José, ella sabía lo que hacía y estaba convencida de que emigrar a Palmira era la mejor opción considerando el rechazo creciente de la gente de Belén hacia ellos.

Nada parecía poder convencer a José. Pese a que María poseía la llave del cinturón de castidad de su esposo, éste parecía no atender a razones. Hasta que en una noche de sueño profundo se le volvió a aparecer el Espíritu Santo con un mensaje claro y conciso:

“Obedece a tu esposa y partid hacia Palmira o seréis linchados.”

José pudo ver y sentir, en sueños, cómo el populacho cargaba contra ellos, como cercaban su casa y los acosaban, a él y a su familia, primero con gritos y finalmente con piedras y cuchillos.

Al despertar José lo vio claro: fue a hablar con su esposa, que ese momento amamantaba a su hija “Esperanza”, y le dijo que ese mismo día pondría a la venta su carpintería, sus herramientas y se prepararían para el largo viaje.

A así fue como José, que amaba a su esposa y a su familia con locura, vendió su carpintería, sus herramientas, y con el dinero compró dos camellos para, con María, Jesús y Esperanza, iniciar el éxodo, el largo viaje de casi 600 km, hacia Palmira, la tierra prometida.

Después de 25 días de viaje, en los que la familia recibió ayuda y solidaridad allí por donde pasaban, por fin llegaron a Palmira, donde con el dinero que les quedaba de la venta de sus bienes en Belén, la familia alquiló una casa modesta cerca del cruce de caminos de la famosa Ruta de la Seda.

Una vez establecidos, el procedimiento, era sencillo: María salía por la mañana a tender la ropa al aire libre cerca del lugar donde las caravanas paraban a descansar. Se fijaba en los viajeros que integraban las caravanas y finalmente elegía aquella que estaba compuesta por el mayor número posible de hombres que la atraían. Entonces entraba en casa para comunicarle a su marido la decisión: “Quiero que invites a nuestra casa a aquella caravana de allí, la que está acampada en la parte sud-este del oasis.” San José, a media tarde, con un sol más calmado, se acercaba a la caravana e invitaba a todos aquellos hombres a su casa a tomar el te, con la excusa de querer oír las aventuras y anécdotas de los viajes de aquellos comerciantes.

Jamás ninguna caravana rechazó la invitación. Los hombres entraron en el patio de la casa de la familia donde María los esperaba sentada en la mesa con las teteras preparadas y los deliciosos dulces de miel, azúcar y almendra servidos. Los invitados se sentaban en las sillas alrededor de la mesa acompañando a María mientras José entraba en casa con la excusa de cuidar a los niños o de preparar más té y pastas. Así María se quedaba sola con aquella buena compañía y escuchaba con interés todas las historias que aquellos forasteros, procedentes de tierras lejanas le contaban. José entraba y salía de la casa para seguir sirviendo té, más pastas, agua, zumos, etc…

Conforme avanzaba la tarde María iba escogiendo a los que iban a ser sus compañeros de alcoba durante aquella noche. A veces gozaba con dos hombres, otras veces con tres o incluso cuatro, muy rara vez elegía sólo a uno. Los elegidos, antes de entrar en el dormitorio, debían dejar los zapatos fuera y arrodillarse frente a María para besarle los pies en señal de obediencia y sumisión hacia ella, pues era ella la que siempre decidía la forma de amarse. Los hombres que María no había escogido se quedaban charlando con José o se retiraban a sus tiendas sin conflicto alguno, los mercaderes son hombres abiertos de mente.

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Después de la primera noche, los comerciantes y mercaderes no dudaban en ponerse a disposición de María durante el tiempo que estaban acampados en Palmira. La mujer era tratada como a una reina, pues con su carácter femenino y dominante sabía como poner a raya a todos los señores que pasaban por su cama. A ella le encantaba sentir como aquellos hombres descargaban sus cálidos chorros de esencia vital bien adentro de su ser, como colmaban su vientre de aquel preciado líquido.

Los mercaderes quedaban tan satisfechos y agradecidos con ella que, cuando recogían el campamento para seguir su camino, no dudaban en colmar a la familia de regalos: especies, telas, sedas, ungüentos, perfumes, esencias, piedras preciosas, medicinas, etc… Sobre todo le regalaban prendas de seda, pues ese preciado tejido era el más transportado en esa ruta. Es por ello que tanto María como toda la familia vestían todo de seda. Antes de partir agradecían al matrimonio la hospitalidad recibida y les deseaban las mejores bendiciones para ellos y sus hijos. María siempre se quedaba mirando al horizonte, viendo como la caravana lentamente se alejaba mientras con sus manos se acariciaba el vientre tiernamente. A veces, durante el tiempo en que la caravana estaba acampada en Palmira, todos los hombres de la caravana habían yacido con ella, otras veces sólo unos pocos afortunados, dependiendo del ánimo de aquella a mujer que empezaba a ser conocida como “La Reina de Seda”, tal vez porque siempre vestía prendas de ese caro tejido, tal vez porque las sábanas de su cama eran de seda o tal vez porque su piel era suave y joven como la seda.

La virgen María no dudaba en comerciar con aquellos regalos que los mercaderes y comerciantes le hacían, así que el matrimonio enseguida se enriqueció y ambos cónyuges ganaron poder e influencia en la zona de Palmira. Las mercancías que María y José no iban a aprovechar los vendían o los usaban para pagar favores con ellos. Gracias a María, a su poderosa intuición femenina y a su saber hacer con los negocios, con el tiempo fueron ganando cada vez más y más poder e influencia entre la gente de Palmira, sobre todo entre la clase dominante.

Los afortunados hombres que iban a gozar con María debían dejar sus zapatos en el patio de la casa y San José tenía por costumbre limpiar y pulir el calzado de los señores elegidos mientras estos yacían placenteramente con su esposa. Era una forma de agradecerles por bendecir el fértil vientre de María con su esperma. Con este acto San José les transmitía un mensaje claro: “Eres bienvenido a esta casa y para que tus pasos te guíen de nuevo a ella y vuelvas a plantar tu semilla en el fértil vientre de mi esposa yo, San José, limpio y abrillanto tu calzado.”

José seguía llevando siempre su cinturón de castidad sólo se lo quitaba su esposa, por motivos de higiene íntima, ya que ésta guardaba la llave. El hombre ya se había hecho a la idea de que jamás volvería a utilizar su pene con una finalidad sexual, pero eso no impedía que María tuviera libre acceso a cualquier otro de los órganos de su cuerpo, como la lengua, por ejemplo. Y es que José, a partir de no poder utilizar su pene, desarrolló una habilidad especial en la noble práctica del cunnilingus. Sobre todo durante los últimos meses de su embarazo María dejó de copular con otros hombres y pasó a utilizar la lengua de su esposo para procurarse placer sexual.

Los elegidos debían besarle los pies a María.
Los no elegidos debían ponerse un cinturón de castidad

Una regla muy importante que María estableció en sus relaciones con los comerciantes era que, excepto su esposo José, todo hombre que entrara en su casa tenía prohibido eyacular fuera de su fértil vientre. Es decir los hombres que María descartaba y no elegía para gozar con ella en su tálamo tenían terminantemente prohibido eyacular en su casa. En caso de que se excitasen y desearan masturbarse tenían que regresar a su campamento a hacerlo. Por otro lado los hombres que sí elegía y gozaban con ella en la cama sólo podían eyacular dentro de su vientre, en ningún sitio más. Para asegurarse de que se cumplía esta norma, María encargó a José la tarea de controlar que los hombres que no eran elegidos llevasen puesto un cinturón de castidad (jaula de pene) mientras permaneciesen en casa. “Todo semen derramado en esta sagrada casa debe ser liberado en mi vientre y sólo en mi vientre”. Decía María a todos los visitantes. De forma que cuando María había ya decidido con qué hombres gozar, se combinaban el sonido de los besos de los elegidos en los pies de María con el “click” de los cinturones de castidad que José ajustaba en los genitales de los no elegidos que decidían quedarse en la casa.

María era muy deseada entre los hombres de la ciudad, pero ella, mujer inteligente, jamás accedió a las insinuaciones que solteros y casados le hacían. La experiencia de Belén la había enseñado, y la “Reina de Seda” no quería que aparecieran problemas en la ciudad donde vivían. Además ella prefería a aquellos hombres de piel oscura y apariencia exótica de llegaban y se iban en las caravanas. Contra más exótico era el viajero, o comerciante, más excitación sentía la virgen.

Con el tiempo María no tardó en volverse a quedar embarazada y parió a su segunda hija, una niña también mulata, a la que llamó “Fe”, fue su primera hija nacida en Palmira. La familia no sufría estrecheces económicas gracias a los espléndidos obsequios y regalos que los comerciantes les hacían. Incluso comerciantes que no eran elegidos por María les honraban con todo tipo de presentes valiosos. La influencia y fama que el matrimonio adquirió en Palmira les protegió de las envidias y celos que pudieran aparecen, y seguro aparecieron, en algunas mentes enfermes. Es por ello que María, sus hijas, Jesús y José, se sentían mucho más seguros en Palmira que en Belén (Palestina).

María no tardó en volver a quedarse embarazada
La segunda hija del matrimonio se llamó “Fe”

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